Dejar la infancia emociona y duele. Todo el organismo se dispone a cambiar. Y se van haciendo posibles nuevas funciones del pensamiento. Estamos en la edad en donde cuestionar es lo natural. Llega la búsqueda de identidad y la avidez por la pertenencia. La fragilidad, y, a la vez, el ímpetu de cambio. El deseo de libertad y simultáneamente la necesidad de amparo. Sí, aún amparo y presencia adulta, aunque de otra manera.
De los doce a los dieciocho, un lapso muchas veces negado por el “sistema mundo”. Edad, además, con una capacidad especial de detectar lo que no funciona, que en la vida de ciudad suele apaciguarse con decenas de distractores: desde los múltiples anzuelos para el consumismo, los juegos de pantalla, hasta sustancias como los medicamentos contra la inquietud y la hiperactividad cuya prescripción está en aumento.
En nuestra ciudad hay algunas propuestas pedagógicas distintas a la educación convencional pensadas para niñ@s. De igual modo, existen espacios de aprendizaje y reflexión ideadas por y para jóvenes que forman sus colectivos más bien a partir de los veinte años, pero para ese puente entre la niñez y la vida adulta no encontramos mucho. Se ven algunas escuelas que se dicen alternativas o de vanguardia, pero que además de costosas, no dejan de ser opciones de celdas que separan la vida escolar de la vida real, sucursales del mismo proyecto colonizador, donde alguien va a venir a dictar qué enseñar, qué pensar, a quién obedecer. Donde los espacios que pueden ir rescatando algunos estudiantes o incluso maestros libertarios, tarde o temprano van a topar con directores, inspectores, secretarios, que obedecen a los intereses del capital, lo reconozcan o no. O con dogmas que dictan lo que pueden o no pueden aprender l@s chic@s, y cómo lo deben hacer.
Vimos pues, un vacío de propuestas libertarias para los adolescentes en Guadalajara. Conscientes de ello, decidimos enfocarnos a trabajar en esta etapa tan poco comprendida y acompañada. Y permanecer fuera del sistema escolar, ampliando el panorama. Con la disposición de experimentar lo que aprender en colectivo y sin ataduras institucionales significa. Con el compromiso de detenernos constantemente a analizar nuestra práctica, porque la libertad no es algo dado, sino una constante búsqueda, con avances concretos, sí, pero que nunca se conquista del todo. Como adultos acompañantes, aspiramos a posiblitar las condiciones para que los adolescentes se sientan seguros, respetados, tomados en serio, y puedan vivir esta etapa en comunidad; con más goce que angustia; con más comprensión que opresión; con más solidaridad que individualismo; y con una invitación constante a construir herramientas que vayan haciendo posible su autonomía.
Mónica, marzo 2019.
¿Por qué compartir?
(un año después).
Hace seis años sólo era sueño un espacio en donde los jóvenes eligieran qué querían aprender y el aprendizaje no estuviera sometido a programas de estudios impuestos o calificaciones, un lugar en donde la voz de los jóvenes no fuera ignorada sólo por no ser adultos; un lugar en donde constituyeran su propia asamblea y tomaran sus decisiones, aprendiendo desde el hacer; un espacio conectado con otros espacios y personas que abrieran sus puertas a compartir, nutrir y nutrirse de experiencias críticas y propositivas, a ese tejido que nos hiciera caminar y sostenernos hacia el horizonte compartido. Ahora vemos que se puede, se está pudiendo, y queremos compartir con otros nuestra pequeña experiencia, por si les sirve para animarse a comenzar.
Deja una respuesta